La relación de María de la Encarnación con las Santas Escrituras la ha convertido en un modelo de vida espiritual dentro de la tradición del Carmelo reformado.
La Bienaventurada recibía y ofrecía consuelo a los demás a través de las Santas Escrituras, cuya lectura asidua le permitía vivir al ritmo de la palabra de Dios: “Tenía siempre a mano los Santos Evangelios, y a menudo nos escribía pasajes en pequeños papeles que nos daba cuando la íbamos a ver”, como tenemos la oportunidad de leer en la única muestra autógrafa de esas anotaciones que realizaba en pequeños trozos de papel: “San Juan C.VI Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna y que le hijo del hombre os dará”.
MARÍA DE LA ENCARNACIÓN y LAS SANTAS ESCRITURAS
Conferencia del Hermano Marc FORTIN, o.c.d.
Madame Acarie constituye una de las más relevantes y bellas figuras espirituales de los albores del Gran Siglo. Fue ella quien dio el Carmelo a Francia antes de darse ella misma al Carmelo. Me gustaría evocar aquí hasta qué punto vivió Madame Acarie uno de los preceptos fundamentales de la Regla primitiva que anima a “meditar la Ley del Señor día y noche”. Tradicionalmente, esta cita del primero de los ciento cincuenta Salmos escritos por el patriarca de Jerusalén, se ha venido interpretando como una orden terminante dirigida a los primeros ermitaños para que velasen y escuchasen la Palabra de Dios. Hoy, dentro del Orden, la palabra de Dios es leída y también escuchada. Si este aspecto de la vida cristiana se ha vuelto familiar para los católicos desde el Concilio Vaticano II, no lo fue menos para una monja llegada a la madurez espiritual en plena Contrarreforma. Pero la cuestión merece ser expuesta : ¿Cómo leía María de la Encarnación las Santas Escrituras? La respuesta nos hará descubrir a una mujer más cercana a nosotros, mucho más de lo que podríamos sospechar. A través del presente estudio, mi deseo es facilitar un primer contacto con esa faceta de Madame Acarie.
Tras un acercamiento superficial, el curioso puede verse desconcertado por el gran número de documentos disponibles. Su variedad, además, esconde otra dificultad de primer orden : los testimonios de terceros aparecieron muy poco después de la muerte de Madame Acarie, cuando los textos autógrafos de la religiosa empezaron a escasear. Todo se encuentra recopilado en el volumen de las propias constituciones que la Bienaventurada guardaba con sumo cuidado. Además de su acto de profesión, María de la Encarnación copió o hizo copiar aquí textos significativos sobre el misterio de Cristo al cual había consagrado su vida : el prólogo del cuarto evangelio (el símbolo de la Fe de la Iglesia), pasajes de la liturgia romana (los prefacios de las misas de la Natividad y de la Santa Trinidad), plegarias litúrgicas (Veni Sancte Spiritus et Gloria) o para-litúrgicas (letanías de Santo Nombre de Jesús), a todo lo cual se añadían las máximas de Juan de la Cruz. Todo ello ocupa, escrito en una letra fina y pequeña, hasta los intersticios de un pequeño volumen de cuero delicadamente encuadernado. En su interior se encuentran intercalados folletos de textos litúrgicos. El uso uniforme del latín no hace más que resaltar la lengua francesa que utiliza para escribir las máximas del maestro español. Textos posteriores, de los cuales no siempre conservamos los autógrafos, completan este grupo de archivos. Se trata de cartas y de un compendio de consejos espirituales que dan una idea más amplia de su vida espiritual. De hecho, estas publicaciones son póstumas. Son fruto del trabajo biográfico y hagiográfico consagrado a la memoria de la carmelita de Pontoise (desde André Duval, en 1621, quien analizó concienzudamente alguna de sus cartas, hasta su último biógrafo, el padre Bruno de Jesús-María, quien aprovechó la ocasión del feliz descubrimiento del compendio de los Ejercicios Verdaderos en la Biblioteca Nacional durante la etapa de entre guerras. Entre estos dos, otros hagiógrafos han dedicado su tiempo a escribir acerca de los descubrimientos que sobre la obra de Madame Acarie se iban produciendo). Desafortunadamente, lo fragmentario de la documentación reunida no facilita la comprensión al lector contemporáneo. Para profundizar, deberá este asumir un trabajo paciente de lectura. De hecho, las bibliotecas y los archivos carmelitas poseen un fondo aún poco explotado de testimonios, los cuales surgen de las personas más allegadas a la Bienaventurada. Tanto su confesor como sus hermanas (u otras relaciones) han dejado de ella retratos sorprendentes. Los rasgos más impactantes de su temperamento o de su fisonomía que estos relatan, no hacen más que poner de relieve la pertinencia y la intensidad de su palabra. Recogidos en biografías, o registrados a través de los diversos procesos de su beatificación, estos testimonios deben ser aprovechados por aquellas mujeres y hombres del siglo XXI que deseen encontrar ese elemento tan profundamente actual que posee la antigua doctrina del Carmelo.
Sin embargo, la gran cantidad de manuscritos e impresos existentes no facilita la labor; además, la antigüedad de estas fuentes puede ser un obstáculo a temer seriamente, pues el lenguaje del siglo XVII no es el nuestro (sin contar con que los mejores diccionarios no pueden ni tan siquiera elucidar las conciencias religiosas de otra época). Hasta el más benevolente cristiano tendrá la sensación de haber sido abandonado en medio del desierto, encontrándose con palabras que emanan del delicado pudor de una carmelita envueltas en una escritura absolutamente barroca. ¿Cómo desentrañar el verdadero mensaje de la Bienaventurada? Seguramente a través de un trabajo sólido, humildemente consciente del desfase producido por el paso de los siglos.
La lectura del breviario de la beatificación de María de la Encarnación será de gran ayuda para aquel que pretenda investigar a fondo la cuestión. En la introducción de este texto, el papa Pío VI actualiza una importante noción bíblica que aparece en diversos Testamentos : la “consolación”. He aquí lo que escribe :
“Que Dios sea bendecido, padre de N(uestro) S(eñor) J(esús) C(risto), padre de las misericordias y Dios de toda consolación; el que nos consuela en todas nuestras penas y nuestras fatigas, todas aquellas que tanto nos pesan en estos tiempos, tan difíciles para la religión católica; sobre todo para que esta se conserve pura y sin mácula, a pesar de todas las escandalosas novedades y de los cismas que se acaban de suscitar recientemente en contra de ella en toda Francia, reino, por cierto, tan fecunda en hombres enemigos de toda religión. Este Dios de bondad no cesa de procurar que nazca el consuelo del mismo lugar de donde parten nuestras cruces más pesadas, ya que nos hace encontrar en las virtudes heroicas de la sirvienta de Dios, MARÍA DE LA ENCARNACIÓN –conversa y fundadora en Francia del orden de las religiosas, llamadas descalzas, de la B(ienaventurada) V(irgen) María del Monte Carmelo- una fuente abundante de consolación espiritual […sigue una biografía…]. La conducta que mostró a lo largo de toda su vida, así como sus acciones, son claramente opuestas a todas y cada una de las novedades que observamos emerger hoy en día en Francia. Pareciera que, debido a una cierta y particular providencia de Dios (y después de haber transcurrido casi dos siglos enteros), se hubiera reservado la figura de la Bienaventurada para los difíciles tiempos en los que vivimos, pues esta no hace más que ofrecer consolación, sustento y apoyo a los ciudadanos, así como honor y ornamento a la Iglesia Católica. No es de extrañar, entonces, que esta sirvienta de Dios despierte la veneración de los pueblos, ni que se le hagan rendir numerosos homenajes (…) (Entregado en San Pedro de Roma, bajo el anillo del pescador, el 24 de mayo de 1791)”.
Cuando escribe estas líneas, Pío VI es un hombre profundamente agobiado y apesadumbrado. Los filósofos de las Luces y los soberanos de la Europa del siglo XVIII habían sido muy estrictos con la institución eclesiástica. Sus principales esfuerzos se dirigieron hacia el derrocamiento de una de las formas visibles de la vida cristiana : la vía consagrada a través de los votos públicos. Los estragos ocasionados por los revolucionarios franceses provocan al Santo Padre la evocación de escenas de ingrato recuerdo. Cuando los Carmelitas de los Estados de Habsburgo fueron arrojados a las carreteras y posteriormente recogidos por sus hermanas de Francia, este recibió de Teresa de San Agustín, profesa de Saint-Denis e hija de Luis XV, una carta, de la cual aquí recogemos las primeras líneas :
“Muy Santo Padre, la tempestad que destrozó una parte del Carmelo ha transmitido esa desolación hacia todas las demás, y el más triste de los duelos posibles cubre ahora toda la Santa Montaña. A pesar de nuestros lloros, la certeza de que compartís nuestra aflicción, nos consuela y nos sostiene; pero esta consolación, Muy Santo Padre, nos sería infinitamente más cercana si, en este momento, le complaciera a Su Santidad otorgarnos una gracia, la cual venimos solicitando desde hace más de un siglo, que toda Francia ya ha solicitado y que también hoy toda ella solicita con nosotras : es la canonización de nuestra V(enerable) H(ermana) María de la Encarnación; ella es la Teresa de Francia, ella es quien solicitó que nuestras Madres Españolas vinieran a fundar la orden a Francia, y es a través de Francia que hemos podido expandir nuestra S(anta) Orden hacia los países en donde se ha formado la tormenta que ahora nos aflige (…). (De nuestro monasterio de Jesús María de Sanint-Denis, el 18 de noviembre de 1782)”.
Un mes más tarde, el día de Navidad, el Papa le respondía :
“La aflicción en la cual, dadas las actuales circunstancias, os vemos sumergidas, tanto a usted como a sus hermanas, nos es casi tan propia como a ustedes mismas, y penetra profundamente en nuestro corazón paternal. ¿Qué podríamos, pues, desear más vivamente que el encontrar un gran consuelo que nos fuera común? Ese consuelo sería sin duda, N(uestra) M(uy) Q(uerida) H(ija) de Jesucristo, aquel que vuestra admirable piedad os ha sugerido proponernos como objeto de vuestros deseos y los de vuestras hermanas : el que la venerable Sirvienta de Dios, María de la Encarnación, fundadora de las Carmelitas descalzas de Francia, y a quien vosotras tenéis como vuestra primera madre después de santa Teresa, sea considerada por la Santa Sede dentro de la nómina de los Bienaventurados y expuesta así al culto público de los fieles. (…) Por nuestra parte, suplicamos el Autor de todo bien que os colme con su celestial consuelo (…) (Entregado en Roma, etc., el 25 de diciembre de 1782, el octavo de Nuestro pontificado)”.
Este intercambio epistolar está, pues, en el origen del tema de la consolación que abre el breviario pontifical de 1791. La influencia de la carmelita de Saint-Denis es franca y evidente. Aunque el Papa no retomará la expresión “Teresa de Francia”, las circunstancias de 1791 lo han vuelto sensible al acercamiento realizado por Madame Louise entre su país y la Bienaventurada. Así, María de la Encarnación será la excepción francesa de su pontificado, pues Pío VI no beatificó ni canonizó a ningún otro francés, como tampoco propuso un modelo de santidad femenina entre las figuras espirituales del Gran Siglo. Es, pues, a través de la vida de una mujer, que Pío VI pretende reconfortar y ofrecer consuelo a Francia. El tono paulino de esta plegaria propicia, además, ese intercambio cordial del pontífice con la religiosa a través del empleo del “Muy Querida Hija de Jesucristo”. El sentimiento humano está elevado a un nivel de ardor similar al de las primeras comunidades cristianas, conscientes como eran de vivir las últimas horas del tiempo de los Hombres. Los eventos son interpretados a la luz de una teología de la historia orientada, a través del fracaso, hacia una concepción cristológica del mundo. Esta perspectiva bíblica ofrece al pontífice la base adecuada para su interpretación de las desgracias de la Iglesia.
Solemos experimentar un sentimiento de indigencia cuando la política se inmiscuye en nuestras convicciones religiosas. Aunque, en Francia, la separación entre la Iglesia y el Estado ha hecho de los enemigos de ayer compañeros de un diálogo siempre renovado, el conflicto aún sigue ahí. El tiempo de los Hombres se ha convertido en el del debate de opiniones en el marco de una democracia pluralista. El Evangelio es el mismo. Nuestras sociedades son otras. ¿Cómo entender nosotros ahora la virtud consoladora de la vida de esta bienaventurada?
Resulta oportuno volver al texto del breviario. Al lector le sorprenderán determinados silencios, pues en ninguna parte se menciona la vida de oración de la bienaventurada. Sus virtudes están relacionadas con la devoción y la abnegación. La pureza de la infancia, la vida conyugal, la educación de los niños, el gobierno de la casa, la preocupación por la vida consagrada, la obediencia religiosa, la humildad teresiana y la paciencia ante el sufrimiento han hecho de ella un modelo de vida perfecto. Bajo este modelo vital se halla implícito el fervor religioso que latía en ella en todos y cada uno de los instantes de su rutina diaria. ¿Es posible, pues, evocar algo de la bienaventurada relacionado con una vida de oración? Para responder a esta pregunta, resulta conveniente retomar el concepto de consolación. La Bienaventurada recibía y ofrecía consuelo a las demás a través de las Santas Escrituras, cuya lectura asidua le permitía vivir al ritmo de la palabra de Dios. Uno de sus últimos testimonios autógrafos alumbra esta aseveración. Así, conservamos una de las muchas notas que María de la Encarnación escribía a vuelapluma con tal de animar a alguna de sus hermanas. Esta práctica no es nueva en el Carmelo. María de la Encarnación no hace más que seguir las prácticas establecidas en la dirección espiritual de Juan de la Cruz. Las sigue y las encarna con fuerza. Tres testimonios (entre otros) atestiguan el vigor de su proceder.
Así pues, Agnés de Jesús (de Lyons), en su respuesta a los miembros del tribunal eclesiástico que la interrogaba, logra sintetizar el significado último de esta costumbre :
“Profesaba una gran devoción por los Santos Evangelios y los tenía siempre en la mano y nos escribía pasajes (siguen ejemplos) en pequeños papeles que nos daba cuando la íbamos a ver” (Riti 2236,fº 3v).
La respuesta está condicionada por la pregunta de los jueces. Estos tienen ante los ojos una lista de preguntas o de “artículos sobre los cuales se debe examinar a los testigos sobre el tema de la beatificación de la hermana María de la Encarnación”. Los cinco primeros artículos tratan sobre la vida de la sirvienta de Dios antes de su consagración religiosa. Los cuatro siguientes examinan su ardor teologal. Los artículos diez a diecisiete se interesan por su vida de carmelita : ¿Qué sucedía con su humildad, con sus virtudes morales, con su vida de plegaria, con su ascesis, con su comportamiento frente a la enfermedad y a la muerte? Los seis últimos de los veintitrés artículos cuestionarán su reputación de santidad. Solo a la luz de este contexto deben comprenderse las respuestas de las hermanas, pues es únicamente en ese marco en donde podemos encontrar su completo significado.
Cuando Margarita de San José (Langlois) relata la atención que María de la Encarnación prestaba a las santas Escrituras, su testimonio no hace más que refrendar el sexto artículo, aquel que está relacionado con la virtud de la Fe. Así, la carmelita se extiende recordando el respeto que tenía la bienaventurada por las “cosas de Dios” : imagen, devoción al Santo-Sacramento, oficio divino,… Después de mencionar su apego a las reliquias, se demora en la familiaridad que María de la Encarnación mostraba para con los trazos escritos de la Palabra de Dios, lo cual nos acerca a lo que podemos considerar una verdadera experiencia cristiana. Cuando la hermana Margarita dice que “ella escribía muchísimas notas con sentencias del Santo Evangelio”, hay que captar toda la importancia de este gesto : a su manera, María de la Encarnación escribe la Escritura. Y esta se propaga : “ella me daba (notas) y a todas aquellas que iban a verla”. Esta difusión es ya fruto de una profunda meditación, pues, tal y como la carmelita precisa inmediatamente, “(ella) hablaba de todos esos sentimientos en casi todos los encuentros”. El consuelo, pues, que ofrece la bienaventurada a sus hermanas es evidente : “era muy grato escucharla hablar”, añade la hermana Margarita antes de concluir : “(ella) tenía a menudo este libro en la mano” (Riti 2235, f° 759v). Este testimonio conserva todo el frescor de una carmelita de veintiséis años que se muestra emocionada por la piedad de su hermana mayor.
Un tercer miembro de la comunidad mostró la misma actitud : Juana de Jesús (Séguier). A los treintaicinco años, ya se convirtió en priora del monasterio de Gisors. Ya lo había sido antes del monasterio de Pontoise. En su testimonio, dirige su atención a la práctica de las sentencias que realizaba la bienaventurada : “en ellas (i.e las Escrituras) (ella) trabajaba arduamente con tal de estimular y conducir su alma y la de las demás hacia una correcta conducta interior”. Juana recuerda bien el contenido de algunas de aquellas anotaciones que Madame Acarie realizaba en pequeños trozos de papel. Empieza citando tres de ellas de memoria antes de afirmar lo siguiente : “Aún hoy recuerdo cómo sostenía alguno de aquellos pequeños papeles en su mano”. Tal y como ha quedado recogido, la hermana Juana habló en primer lugar a los investigadores sobre aquellas notas que ella había recibido directamente de Madame Acarie :
“Recitaba tan a menudo el verso del salmo 21 ‘ego sum vermis et non homo’ (yo soy gusano y no hombre). Me lo había dado escrito; (…) Me dio también ese texto del Evangelio en el que Pedro le dice a Nuestro Señor ‘¿Cuántas veces mi hermano pecará contra mí y yo lo perdonaré? ¿Será así hasta siete veces…? Y la respuesta que Nuestro Señor le da : ‘No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete veces.” (Riti 2235, f° 815)
Su contenido recuerda a dos de los tres pilares de la vida carmelita según el autor del camino de la Perfección : la humildad y la caridad. De hecho, Juana de Jesús precisa cuál era la intención que perseguía Madame Acarie con esas sentencias. La que Madame Louise llamaba la “Teresa de Francia” utilizaba la primera para “conducir las las almas a amar y a abrazar el envilecimiento y la abyección” y la segunda para estimular “en su interior las máximas de caridad y de ayuda al prójimo” (Riti 2235, fº 815).
Realmente, la relación de María de la Encarnación con la Escritura la ha convertido en un modelo de vida espiritual dentro de la tradición del Carmelo reformado. La lectura de la única nota conservada de manera autógrafa desvela otra faceta de esta fundadora. Su destinataria permanecerá siempre anónima, pero conservamos el contenido :
“San Juan C[apítulo] VI Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna y que le hijo del hombre os dará”.
Podemos apreciar en esta nota la sabiduría de su autora, quien escogió ser religiosa conversa por convicción. En su caso, el verbo “trabajar” se refiere al cumplimiento de las tareas rutinarias. “Trabajar”, es estar en el trabajo sin ser esclavo del mismo. Así, la religiosa laboriosa no tiene que perder jamás de vista la orientación de su vida bautismal : acoger en su seno la Salvación otorgada por el hijo del hombre. Y, precisamente en el cuarto evangelio, esta Salvación se corresponde con la “vida eterna”. María de la Encarnación supo transmitir este Evangelio volviéndose una fuente de consuelos espirituales a los que ella prácticamente renunciaba, situando su necesidad de consuelo por detrás del de todos los demás.
Sus testimonios nos han permitido apreciar la profundidad de una nueva fuente : La palabra de Dios leída y meditada en las Escrituras, vivida y transmitida a través de la escritura. Sin embargo, no ocurrió de manera espontánea, sin lucha alguna. La serena carmelita de Pontoise había sido la esposa de uno de los políticos más influyentes de París : Pedro Acarie. La facción política a la que pertenecía abominaba de la herejía calvinista, y la “Bella Acarie” fue también una feroz católica. La división en la Iglesia la afectó tanto como le afectaría al Papa en 1791. Esa pasión común los acerca. Ambos se convierten así en modelos a los que seguir para tratar de reformar nuestra impaciencia. Todos sabemos que llevar una vida cristiana en una sociedad secular marginaliza a aquellos que encuentran su energía en el Evangelio. En ocasiones, el desánimo les invade si el fervor comunitario disminuye. Sin embargo, deben permanecer como ejemplo para aquellos a los que consideran sus hermanos. Para ello, disponen de una reserva de sentido en los textos sagrados, aquellos en los que la palabra de Dios fue recogida. Relatos, máximas de sabiduría, plegarias y todo tipo de textos les han llegado a través de la tradición de la Iglesia. Les toca a ellos abrir el Libro y confiar su fe y su inteligencia a las Escrituras :
“La exposición de tus palabras imparte luz y da entendimiento a los simples.” (Ps 118, 130).
A esta acción, Dios responde con la suya : el consuelo de la aflicción pasada por la criba de su Palabra. ¡Una vez consolados, es a los que estuvieron afligidos a quienes pertoca divulgar y compartir el tesoro descubierto! Sus palabras se tornarán idénticas a las de los hombres y las mujeres de quienes tan lejos se creían.
Los testimonios de los tres carmelitas, arriba citados, han sido extraídos del proceso de beatificación de Madame Acarie (ASV, Riti 2235 y 2236, proc. ap. Rouen, s. virt. Acarie, 1630-1633).