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Madame Acarie lee Teresa de Avila

En 1601, Madame Acarie hizo que le leyeran las obras de Teresa de Avila (1515-1582), redactadas en tres libros : "La vida de la Madre Teresa de Jesús, fundadora", "Tratado del Castillo o las Moradas del alma" y el "Camino de perfección".
Esta última obra, escrita como las otras, entre 1562 y 1577, deplora mucho que Francia esté en guerras de Religión y las exageraciones protestantes. Madame Acarie en eso es muy sensible pues sucede desde 1598, en France, por el Edicto de Nantes que toleraba a los herejes. De donde conclyuó que la oración era el único camino de salvación.
Después que la Madre Teresa se le apareció dos veces, pidiéndole que introdujera su Orden en Francia , Madame Acarie, de acuerdo con sus consejeros espirituales y con la ayuda de todos sus amigos , en particular el futuro santo Francisco de Sales, la duquesa de Longueville, Monsieur de Bérulle, y todos los que frecuentaban el salón de Madame Acarie, pone todo su esfurzo para realizar la fundación de un carmelo reformado en París. Esto se hizo el 18 de octubre de 1604.

MADAME ACARIE “LEE” TERESA DE AVILA

Fue hace cuatro siglos o La historia de la llegada a Francia del Carmelo reformado.

Conferencia de Christian RENOUX, Maestro de conferencias, Universidad de Orleáns.

Mucho tiempo, la llegada a Francia de las carmelitas, reformadas en España en 1562 e instaladas en 1584, quedó como un intento vano. Pero, en julio de 1602, el Rey Enrique IV concedió las cartas patentes para la fundación del primer monasterio en París.

Una piadosa laica Parisiense, Barbe Acarie (1566-1618), era la originaria de este triunfo. Algunos meses antes, ella hizo que le leyeran en su casa de la calle de Juifs, la traducción francesa de las obras de Teresa de Ávila (1515-1582). De este encuentro, entre la obra de la mística española y las esperanzas de la extática Parisiense, iba a nacer uno de los episodios más ricos y más impresionantes de la historia del Carmelo y lo más notable de la historia del catolicismo moderno. El interés por éste hecho tiende a su fecundidad, al número y a la calidad de los personajes que participarán en él, y también, a sus dimensiones teológicas, políticas e internacionales. Hay que leer esta aventura, todavía mal conocida en sus detalles, aventura que con toda evidencia fue colectiva.

La gracia de los libros

El padre André Duval que murió en 1638, amigo y primer biógrafo de Madame Acarie, proporcionó en 1621 la serie de hechos en los que él fue testigo y uno de los actores principales. Su descripción comienza así :

“Habiendo reservado Dios en su eterna presciencia el honor y el establecimiento del Carmelo en Francia a la Beata Sor María de la Encarnación […], la cosa sucedió de esta manera. Los libros de la santa Madre Teresa […] habiendo sido traducidos del español al francés por el Reverendo Padre Dom Du Chèvre, Prior por entonces de la Cartuja de Bourgfontaine, se vendieron en París y fueron leídos por las personas devotas. Pero como ellas frecuentaban en París la casa de Sor María de la Encarnación ocasionó que ella deseara que le leyeran algunos capítulos”.

El padre Duval no fecha este episodio, pero las fechas de edición de las obras de Teresa de Ávila en francés permiten no obstante estrechar la cronología. Las tres obras principales de la religiosa española son impresas en París, por Guillaume de la Noue, con el emblema del Nombre de Jesús. Este impresor obtuvo un privilegio único por las tres obras el 22 de diciembre de 1600. Apareció primero La vida de la Madre Teresa de Jesús. Fundadora de las Religiosas y religiosos Carmelitas descalzos y de la primera regla últimamente traducida del español al francés por I.D.B.P. y L.P.D.B. La fecha de que se acabó de imprimir es del 31 de enero de 1601. Se imprimen después el Tratado del Castillo o Moradas del alma y el Camino de Perfección que tienen la fecha de la terminación de la impresión el 26 de febrero de 1601 y 28 de marzo de 1601 respectivamente. El impresor hizo salir un volumen por mes. Las tres obras recibieron una aprobación general, dada por T. Blanzy y L. Dumont. Fueron impresos con el mismo dibujo grabado por Karel Mallery y contenía, entre otras cosas, una representación de lo que no era hasta el momento que Madre Teresa de Jesús. El traductor del conjunto es Jean de Brétigny, un padre de origen español, quien financió la impresión, como había financiado la primera edición española de las obras de la fundadora. Consagró muchos meses a esta traducción, ayudado en parte por el padre Du Chèvre.

El año 1601

Muchas razones hacen pensar que las obras de Teresa de Ávila no tardaron en llegar a la casa de los Acarie. Primeramente Germain Habert de Cérisy, en La vida del cardenal de Bérulle, editada en 1646, afirma que “en el año mil seiscientos una santa Teresa deseando hacernos parte de sus bendiciones, apareció a la Señorita Acarie y le dio el cargo de trabajar por el establecimiento de su orden en este Reino”. La historia general del Carmelo de Pontoise, toma por su cuenta esta fecha  : “Dios […] permitió que el año 1601 […] la divina Providencia […] impulsó de una manera extraordinaria a Madame Acarie para ser la fundadora del Carmelo en Francia”.

En seguida, la casa de los Acarie fue, después de muchos años, un centro de devoción importante en París y las novedades en materia de literatura espiritual debían ser llevadas ahí rápidamente.

Por fin, Madame Acarie conocía personalmente todos los actores de esta aventura editorial. En efecto, Jean de Brétigny había trabajado en la traducción de los tres tratados de la santa española en Aumale, en la casa del abad Jacques Gallemant, quien lo había acogido expresamente en su presbiterio en el verano de 1598. Ahora bien, después de haberse encontrado en Saint Gervais hacia 1597, Jacques Gallemant era uno de los directores de conciencia de Madame Acarie que lo había visitado, con su marido, Pierre Acarie, en Aumale, en 1599, y que en esta ocasión, había ciertamente conocido a Jean de Brétigny. Jacques Gallemant se hospedó, invitado por Pierre Acarie, en su mansión Parisiense de la calle de Juifs durante seis semanas, con ocasión del Jubileo celebrado ese año. Además el padre Du Chèvre, quien había colaborado en la traducción leyendo las páginas de Jean de Brétigny, vivía en la cartuja de Bourgfontaine en Picardie, donde Pierre Acarie había sido nombrado como residente al otro día de la derrota de la Liga Parisiense. Madame Acarie fue ahí para encontrar a su marido y seguramente conoció al padre Du Chèvre. También es muy probable que fuera ella quien aconsejó a Jean de Brétigny, por medio del abad Jacques Gallemant, de comunicarse con ese cartujo del que ella sabía que hablaba español, para la revisión de su traducción. En fin, el padre Thomas Blanzy, uno de los dos doctores que aprobaron la edición francesa de las tres obras de Teresa de Ávila, fue profesor del hijo mayor de Madame Acarie en el colegio de Calvy, en la Sorbonna. Fue también en un tiempo el confesor de las hijas Acarie de las cuales Margarita, hizo su primera comunión justamente en 1601, durante el jubileo.

Además, en 1601, Madame Acarie no ignoraba la existencia de Teresa de Ávila, ni su obra de reforma en el seno de la orden del Carmelo. Sabía que Jean de Brétigny quería introducir en Francia esta reforma teresiana desde 1585, y que había cimentado para este efecto muchos proyectos que no tuvieron éxito. Cuando hizo su ultima tentativa, aliado con el señor Gallemant, había sometido su nueva idea a un grupo de teólogos Parisienses – transformar un grupo de terciarias de Santo Domingo de Aumale en carmelitas – Según uno de sus biógrafos , esta “asamblea [de teólogos] estaba compuesta por el señor André Duval, Doctor en la Sorbonna, del señor de Bérulle, Capellán del Rey y después cardenal, del señor Gallemant que vino él mismo a defender su causa, de Dom Beaucousin vicario de los cartujos de París, y del padre Arcángel Guardián de los capuchinos de Rouen”. Ahora bien esos teólogos formaban parte de lo que se llamó el circulo Acarie, comenzando por Bérulle, pariente de Madame Acarie. Por consiguiente, Madame Acarie tuvo forzosamente conocimiento de esta reunión de la que es difícil precisar la fecha, pero que tuvo lugar antes de los acontecimientos que nos interesan aquí, o sea al principio del año 1601.

A estos teólogos les había gustado poco el proyecto de los padres Gallemant y Brétigny. Ellos en particular hicieron notar que “los que quieren establecer esta reforma debían tener el verdadero espíritu y que la instrucción de las niñas no era de ninguna manera conveniente a ese instituto que era completamente dedicado a la contemplación”. Y añadían “que por procurar una cosa de tal importancia, era necesario una revelación expresa”. El padre Duval informó a Jean de Brétigny de esta opinión, diciéndole que “la Voluntad de Dios debía manifestarse particularmente atendiendo las nuevas instituciones, que ese carácter no parecía suficientemente señalado en la que él quería de corazón instituir”. Jean de Brétigny no fue “del mismo parecer porque él, no creía que fuera necesario esperar revelaciones”. El habría defendido su posición en una carta dirigida al padre Duval. De su punto de vista, por tomar esta decisión de fundar, “no era necesario recurrir a vías sobrenaturales que pueden estar sujetas a ilusión; pero que la regla segura para conducirse era examinar si el proyecto era bueno en si mismo, conforme a la conducta de la Iglesia, aprobado por los hombres doctos y piadosos, útil en fin para la gloria de Dios”. Concluía  : ”Persevero siempre en los deseos que Dios me ha inspirado, pero sin querer que él haga milagros para inducir a los hombres a condescender a mi voluntad”. La oposición entre una vía extraordinaria en el discernimiento de la voluntad divina está expresada aquí con una claridad notable.

Notemos también que Madame Acarie participó activamente en 1601 con los padres Gallemant y Brétigny en la reforma de la Abadía Normanda de Montivilliers, y en 1601-1602 con los padres Gallemant y Beaucousin (su confesor) y el señor Gautier, abogado general del Gran Consejo de reforma de la Orden de Fontevrault.

Una extraña repugnancia

La lectura en francés de las obras de Teresa de Ávila, en la primavera de 1601, permitió, pues, sobre todo a Madame Acarie descubrir directamente, y no por otros medios los propósitos de unos y otros, y el pensamiento y la espiritualidad de la reformadora española. Según el padre Duval, que insiste sobre este hecho, la reacción de la piadosa Parisiense a esta lectura fue doble. En un primer momento, se quedó insensible, “Escuchaba atentamente y no tomaba tanto gusto al comienzo, y se extrañaba de que esta santa Madre hubiera podido fundar una orden tan grande en la Iglesia”. Estas “repugnancias y tibiezas” admiraron a los testigos, nos precisa el padre Duval, “viendo que de la menor palabra de Dios, o de la Santa Escritura, fuera la que fuera, ella estaba siempre encantada”. Es por esta razón además, que ella misma no leía los libros sino que se los hacía leer.

Hasta sus últimos días, Madame Acarie lamentó esta primera reacción y no hubiera querido tener esa repugnancia de las obras que serían muy pronto sus libros preferidos. La beatificación de Teresa de Ávila en 1614 parecía haber redoblado los remordimientos de la que llegaría en algún tiempo a ser hermana María de la Encarnación. Muchas carmelitas vinieron a testimoniar en el proceso de canonización que ella puso tanto cuidado en decorar la iglesia de las carmelitas de Amiens por las fiestas en honor de la beatificación de la fundadora de las carmelitas, que pareció excesivo.

Como buen teólogo, el padre Duval sintió, él también, la dificultad al redactar la biografía de Barbe Acarie y trató, más o menos convencido, de dar una explicación espiritual a esa repugnancia inicial : “Era sin duda el diablo, quien, previendo lo que sucedería después, le causaba estas repugnancias y enfriamientos”. La hipótesis es juiciosa pero supone que Madame Acarie estuvo cruelmente engañada por el diablo en esta ocasión, lo que no es halagador, sobre todo porque se buscaba obtener una canonización. Es ciertamente la razón por la que el mismo padre Duval suprime este episodio en su deposición, entregada por escrito y en latín, cuando se hacia el proceso de canonización en 1630 : “Recientemente se nos entregaron la vida admirable y las obras de la bienaventurada Teresa. Esta lectura interesó maravillosamente a María; admiraba sobre todo la fuerza y las virtudes de la virgen que había podido elevar una Orden, tan notable desde los fundamentos, hasta la cima” En este segundo escrito revisto y corregido, las primeras reacciones de Madame Acarie, son del todo opuestas al escrito de 1621, ya que la repugnancia dio lugar al interés y la sorpresa incrédula a la admiración.

En una carta añadida después de su muerte, en el mismo proceso de 1630, presentan un escrito del padre Coton (+1626), jesuita y confesor de Madame Acarie, donde da otra explicación a esta primera reacción extraña : “Sentía dificultad a causa de las visiones y revelaciones que se describen en la vida de Teresa de Ávila a las que ella tenia un gran aversión […] por causa de que en ese tiempo la mayor parte de las personas que se daban a la espiritualidad, ella las veía metidas en el engaño e ilusión diabólicas”. El padre Coton hace ciertamente aquí alusión a Nicole Tavernier, esta mística de Reims, en la que Madame Acarie había descubierto el espíritu “falso” algunos años antes, y probablemente también a Marthe Brossier de la que se comentó la posesión diabólica en el círculo de Acarie en 1599.

Esa repugnancia por las visiones había podido ser también inculcado a Madame Acarie por numerosos religiosos, defensores de la mística denominada abstracta, que ella frecuentaba. Esta escuela abstracta, inspirada por los maestros de la mística reno-flamencos, quería que el alma no se detuviera en los conceptos y en las imágenes incluyendo la humanidad de Cristo, en el camino de unión con Dios. Los numerosos escritos de visiones de Cristo que se encuentran en la autobiografía de Teresa de Ávila tenían pues un porqué ser rechazadas por los adeptos de esta espiritualidad. La lectura del “Tratado del Castillo o Moradas del alma”, apareció al mes siguiente, no duda producir un efecto muy diferente sobre los sentimientos de Madame Acarie ya que Teresa de Ávila lo había concebido como un tratado sobre la oración y sobre los más altos estados místicos.

Lo inesperado

El Camino de perfección, que salió al último, al final del mes de marzo 1601, al contrario, daba un tono diferente de las dos obras anteriores y contenía los elementos que no podían dejar insensible a Madame Acarie. Esta obra comienza en efecto recordando las causas directas de la reforma del Carmelo en 1562, en el “capitulo primero, en el que se trata de la causa que me moviera a hacer ese Monasterio tan estricto”. Se lee en la traducción de 1601 : “al comienzo de la fundación de ese Monasterio de San José […] las pérdidas y daños y masacres que los luteranos hacían en Francia me dio mucha tristeza” Teresa de Ávila explica entonces como, “mujer y miserable”, no veía lo que podía hacer por apagar ese incendio de la herejía, si no era ayudar con la oración a los doctores y predicadores que defendían la Iglesia católica. Por eso mismo, le parecía que era necesario reunir verdaderos amigos de Jesús que siguieran los consejos evangélicos con perfección (cap.1).

Esas páginas, escritas entre 1565 y 1573, estaban en la medida de despertar la atención de Madame Acarie quien, nació en 1566, había crecido durante las guerras de Religión. No es sin emoción que descubría que la religiosa española había, desde el principio de los hechos, compartido las preocupaciones, las rebeliones de los católicos franceses frente a los protestantes, que ella calificaba extrañamente de “luteranos” pero decía bien, en ese capitulo primero, que estaban “infectados de un mal contagioso” y se habían “ganado un buen castigo por sus propias manos” y que habían “con sus placeres y delicias juntado tanto fuego eterno”. Madame Acarie se reconocía plenamente en la fórmula final de Teresa de Ávila : “Que lo guarden para ellos”. Esta sensación se nota viva en los carmelos franceses, en las primeras frases de las Crónicas de la Orden de las Carmelitas, ese memorial de la Orden en Francia redactado por las religiosas al final del siglo XVIII :

“No se pueden leer los admirables escritos de santa Teresa sin sorprenderse del celo ardiente que inflamaba su corazón por la salvación de Francia. El estado deplorable en que se encontraba ese reino reducido durante la vida de esta gran santa, por los excesos de los heréticos, le hizo verter torrentes de lagrimas; y también no tuvo otro fin, al establecer en Ávila el primer monasterio de su reforma, que reparar de alguna manera los sacrílegos atentados de los partidarios de Lutero y de Calvino contra la divina majestad. Esta seráfica madre lo explica […] en el primer capitulo de su libro del Camino de perfección”.

Esta sola evocación del peligro protestante de los años 1560 no tuvo la virtud de meter solo a Madame Acarie en movimiento porque en 1601, la hora ya no es de las guerras y de los masacres. Desde 1594, había debido ya aceptar la caída militar y política de la Liga Parisiense. La familia Acarie había, por otro lado, pagado muy caro esta caída por el exilio de Pierre Acarie, el “lacayo de la Liga”, en Bourgfontaine y después en Luzarches y en Ivry. Además, desde 1598, ella debía aceptar, a su grupo defensor, vivir bajo el régimen del Edicto de Nantes que reconocía un estatuto que juzgaba demasiado favorable a los protestantes, como lo recuerda Jean-Baptiste Truchot cuando su proceso de canonización : “Soy testigo de la pena que resentía cuando consideraba que se toleraba la herejía en Francia. Y que se les daban pensiones a los que predicaban y enseñaban esa perniciosa doctrina. El solo pensamiento de ello le era insoportable. Hizo ver en diversas ocasiones la aversión que tenía a esta clase de personas”. En esas condiciones la eficacidad de la reforma teresiana en la lucha contra la herejía en Francia podía ser algo un poco irrisorio y Madame Acarie podía decididamente decirse que todos esos éxtasis y esas visiones contadas en la vida de sor Teresa de Jesús no eran adecuadas para socorrer a los católicos franceses y apagar el fuego de la herejía.
Sin embargo, podemos razonablemente suponer que Madame Acarie, al contrario quizás, de sus biógrafos, debió tener mucha paciencia para escuchar la lectura del Camino de perfección hasta el capitulo III. En esos renglones, el texto, viejo de unos cuarenta años, pareció de una actualidad asombrosa a la antigua perteneciente de la Liga. He aquí como Teresa se dirige a sus hijas : “Regresando a lo principal por lo que Nuestro Señor nos ha reunido en esta casa […] digo que viendo tantos y tan grandes males y que las fuerzas humanas no son suficientes para detener y apagar el fuego de las herejías, el que se aumenta tanto […]”. Que las fuerzas humanas hayan sido incapaces de hacer desaparecer el protestantismo, Madame Acarie y quienes la rodeaban acababan de hacer esa amarga experiencia. No era necesario discutir mucho tiempo para convencerlas. Pero el texto de Teresa de Ávila corresponde directamente a la situación de los antiguos de la Liga. : “[…] me pareció que era necesario hacer tal como cuando los enemigos en tiempo de guerra, avanzaron y destrozaron el país, y su señor viéndose apurado […]”. El país de los antiguos de la Liga, esta Francia católica que, a sus ojos, es el país de Jesús, su Señor, ha sido destrozado y sus enemigos se han quedado a gusto, demasiado poderosos y muy peligrosos. Ante esta situación, el Camino de perfección adelantaba una solución : “El Señor viéndose en apuros se retira en alguna ciudad que él hace bien fortificar”. Utilizando la metáfora del combate espiritual, Teresa de Ávila proponía a los católicos derrotados construir unas fortalezas capaces de resistir a los ataques de los enemigos protestantes. Los capitanes de esas fortalezas serian los “predicadores y los teólogos” que deben avanzar “con fuerza el camino de perfección”.

Pero sobre todo, Teresa prometía la victoria final o casi : “por los que están en la ciudad con él, son gentes de élite […] El Señor gana muy seguido la victoria, o al menos si no gana, sus enemigos no lo soportan porque cuando no hay traidor, ellos no pueden ganar nada en él”.
He aquí lo que podría afirmar a los inquietos católicos franceses. El papel de las carmelitas sería de sostener a los sitiados y a su capitán por sus oraciones : “es necesario que nos esforcemos de ser tales, que nuestras súplicas y oraciones puedan valer y servir de algo para ayudar a esos siervos de Dios. ¿Pero porqué he dicho todo esto? Es por este fin hermanas mías que ustedes oyen, que lo que debemos pedir a Dios es : que haya buenos cristianos como resto en este pequeño castillo, y que ninguno de ellos se valla con los enemigos”. Ella no precisaba si sus religiosas suplicarían en el coro del castillo fortificado pero eso parece resolverse por sí solo.
La perfección buscada por las carmelitas no tenia pues como finalidad sino llevar con más perfección el combate espiritual, el solo combate útil ya que los medios humanos (particularmente los militares) no habían sido eficaces. Todas las consecuencias de ese cambio de perspectivas debían haber sido tomadas por la obediencia de los católicos : “desde ahora, decía ella, es necesario que el brazo Eclesiástico nos cuide, y mantenga, y no el de los seglares”.

Ese discurso de una mujer a otras mujeres no podía más que conmover a Madame Acarie. Tal claridad en el fin de los medios, y tal coincidencia entre lo que ella vivía y de lo que también hablaba esta religiosa española muerta hacía veinticinco años no podían sino moverla, ponerla en movimiento. El Camino de perfección pudo pues, revelar a Madame Acarie un nuevo rostro de Teresa de Ávila, diferente de solo aquél de la religiosa estática y visionaria.

Se puede no obstante suponer que esta emoción no borraba la primera impresión negativa que permanecía fuertemente en el espíritu de Madame Acarie que había muy bien integrado las categorías de la mística abstracta. Dentro de esta Parisiense, un conflicto interior era inevitable, entre sus resistencias ante las experiencias místicas, tan centrales en los textos teresianos, y su atracción por la reforma teresiana, como respuesta político-religiosa a sus esperanzas de mujer de un perteneciente a la Liga. Debía, haber elegido. Uno de sus biógrafos, el padre Marin, captó el conflicto : “La cantidad prodigiosa de éxtasis, de arrobamientos, le hicieron perder el gusto […] (de Teresa de Ávila); pero eso no impidió que ella guardara la impresión, y las imágenes en su memoria; que su espíritu no los admirara, y que la admiración hizo que las viera con cierta estima. Esta estima, como una chispita, se quedó oculta en su corazón”.

Como en muchas otras biografías piadosas, ese conflicto encontró su solución en una experiencia mística. Aquí el desenlace viene de una aparición de Teresa de Ávila que anuncia a Madame Acarie que Dios quería introducir el Carmelo en Francia. “Como estaba en oración, he aquí que la santa Madre Teresa se le aparece visiblemente y le advierte que Dios quiere que se emplee en fundar en Francia los monasterios de su Orden”, nos lo comunica el P. Duval. El padre Manrique precisa también lo dicho en 1631 : “Un día orando a Dios percibe una religiosa venerable y anciana con un hábito esfumado; pero rodeado de rayos de gloria, reconoció por esos rasgos, y en lo que ella le dijo, que Dios quería que ella hiciera venir su Orden en Francia que se fundaran tantos como se pudiera”. El padre Coton explicita la naturaleza de esos “rayos de gloria” de los que habla el padre Manrique, y muestra cómo esta visión fue antes que todo por Madame Acarie una revelación sobre la verdadera identidad de la religiosa española : “yendo de su casa a oír la Santa misa a la capillita de San Antonio, le pareció de repente ver la gloria que correspondía a los perfecciones de la beata Teresa y desde entonces honró grandemente a esta santa”. La “gloria” de Teresa de Ávila era la de los elegidos del Paraíso y le había sido concedida a causa de sus “perfecciones”. Esta visión permite pues a Madame Acarie discernir en verdad el espíritu de Teresa de Ávila y de sus obras. No son engaños diabólicos sino buenos frutos de la acción divina y como tales, recompensas. Paradójicamente, es pues una visión de Teresa de Ávila que reconcilia Madame Acarie con las visiones de Teresa de Ávila. Lo que sus biógrafos se cuidan de subrayar. El padre Duval nota solamente que esta visión la reportó la misma Madame Acarie a su director, el padre Beaucousin.

Los teólogos

Ya convertida, a Madame Acarie no le quedaba sino convencer a los teólogos que la rodeaban y que solo ellos podían hacer posible esta fundación. La regla era de someter las experiencias místicas, en particular femeninas, al discernimiento de los confesores. Madame Acarie se sometió y se abrió para lo de su visión al padre Beaucousin : “no pudo contenerse aunque haciéndose alguna violencia, de suplicar al buen padre de considerar todo delante de Dios”. André Duval narra en seguida cómo el padre Beaucousin, convencido que se trataba de la voluntad divina, decidió tomar las medidas para hacer realidad el proyecto. En efecto, es el circulo Acarie que se movilizó una vez más como cuando el examen del proyecto Gallemant algún tiempo antes, pero esta vez los teólogos se reunieron para examinar un proyecto de Barbe Acarie. La reunión agregó, entre otros al padre Beaucousin Monsieurs Bérulle, Duval et Gallemant. André Duval, todos los biógrafos de Madame Acarie y los primeros historiadores del Carmelo francés mencionan también la presencia de Jean de Brétigny.

La fecha de esta reunión nos ofrece también problema. Se sabe solamente que tuvo lugar al otro día de la primera visión de Madame Acarie y antes de una segunda visión, de la que nos hablaremos y que se sitúa en marzo de 1602; se pasaron “siete u ocho meses” entre esta primera reunión y la segunda visión. Lo que nos lleva al menos a principios del verano 1601, en junio o julio. Esta fecha sería coherente con la lectura en casa de los Acarie, de las obras de Teresa de Ávila en primavera, el Camino de perfección fue impreso a fines de marzo. No disponemos de otros elementos para fecharla.

La respuesta de los doctos teólogos reunidos por Dom Beaucousin fue negativa. André Duval escribió sencillamente : “estando propuesto el asunto, se encontraron ante grandes dificultades que la juzgaron imposible; y dijeron a esta bienaventurada que sacaba esto de su espíritu, al menos que Dios hubiera alejado los grandes obstáculos que había después de las guerras de la Liga”. La calma no parecía suficientemente establecida en el Reino, pero sobre todo Enrique IV, a causa del enfrentamiento hecho a su embajador en Madrid, acababa de prohibir por esto toda comunicación con los españoles. Esta prohibición, que fue dictada hasta el 3 de agosto 1601 y que no concernía sino al comercio con España se inscribe más ampliamente en “una coyuntura internacional muy tensa, en un clima de guerra fría entre la potencias católicas”. No obstante la paz de Vervins (1598) el tratado de Lyon (enero de 1601) y los numerosos esfuerzos de Clemente VIII, la Francia de Enrique IV y la España de Felipe III quedaban a la defensiva. En estas condiciones, todo intento por obtener de Enrique IV la llegada de religiosas españolas en Francia parecía de antemano comprometida. Sobre todo si la petición se hacia de parte de la esposa de un antiguo combatiente de la Liga.

No obstante, estas consideraciones políticas no fueron los únicos argumentos dados por los teólogos por justificar su respuesta negativa a la petición de Madame Acarie. El padre Ángel Manrique informa, en 1631, que esos teólogos “concluyeron al fin esperar que Dios hiciera aparecer más su voluntad, pidiéndole abrir el camino a lo que él mandaba, que parecía por entonces muy cerrado; que si él no lo hacia ellos tendrían razón de pensar que esa visión era más bien ilusión, que les ahorraría muchas penas”. Esta reserva y esta voluntad de juzgar esta revelación por su cumplimiento son las constantes en el discernimiento de espíritus tal como la Biblia lo enseña desde entonces a propósito de las profecías y así como los teólogos lo han enseñado a los largo de los siglos. En 1642, Maurice Marin, que evoca por entonces las “dificultades invencibles”, vuelve a tomar esos argumentos espirituales pero nota un acuerdo de los teólogos sobre las visiones.

“Se quedaron todos de acuerdo, en que todavía no había nada que temer, ni del lado de la Bienaventurada ni del lado de las revelaciones, que se constataba, que en las cosas de esta naturaleza, la facilidad era en extremo peligrosa y esperarse lo consideraban sin peligro […] que la luces divinas, como las del sol no aparecen de repente, sino poco a poco, y rayo por rayo : que por no apresurar nada, había que esperar un día mas grande y que quien había manifestado su designio, descubriría también los medios y los caminos par llevarlo a cabo”.

Después de este rechazo, Barbe Acarie obedeció, sin recriminar y mostrando un cierto desapego respecto a su visión : “No se extrañaba nada de ese rechazo […] hacia más bien caso del consejo de sus directores que de sus revelaciones, se quedó tranquila y resolvió no volver a pensar más en eso”. Esta obediencia es desde siempre el criterio principal del discernimiento de espíritus. Someterse al juicio de los confesores y de los teólogos es una prueba de sumisión a la voluntad divina que se expresa ordinariamente por la boca de sus ministros. Una falta de sumisión en la materia podría haber sido una prueba de presunción.

El signo esperado

Este acto de obediencia provocó un conflicto interior en Madame Acarie, dividida entre su deseo de fundar para obedecer al mensaje que creía haber recibido en la primera visión y el rechazo de sus consejeros espirituales para permitirle realizarla. Como la primera vez, ese conflicto se deshizo en una experiencia mística, “siete u ocho meses” más tarde, nos narra André Duval, “la santa Madre se le apareció por segunda vez con más fuerza y poder que en la primera, mandándole de poner inmediatamente sobre el escritorio este asunto, asegurándole que no obstante las dificultades que tuviera, lo lograría”. Abriéndose de nuevo a su confesor, Madame Acarie obtuvo una nueva reunión de teólogos. El grupo se formaba desde luego por André Duval, Dom Beaucousin y Pierre Bérulle. Parece que Dom Beaucousin pidió a Madame Acarie de venir a defender ella misma su causa. Es por lo menos lo que nos presenta el padre Robert Duval en la vida que quedó manuscrita de su tío André Duval : “Desde que Dom Beaucousin, vicario de los Cartujos, fue impelido por Dios de decir : “dejemos la razón humana, y escuchemos hablar al Espíritu Santo por la boca de su humilde y fiel sierva la Señorita Acarie”. André Duval da a entender que “por unanimidad la asamblea no se reunió inmediatamente, por varias razones, por causa de unos y otros el asunto de terminó en cuanto a su contenido”. Esta vez la respuesta fue pues positiva ya que los teólogos que eran todos amigos de Madame Acarie “la juzgaron conducida por el Espíritu de Dios y concluyeron que la idea que tenia y que había expuesto venía de Dios y que había que trabajar sin tardar y sin desconfiar para hacerla con la ayuda de Dios eficaz y útil de manera que no se pensara sino en los medios para hacerla”. La segunda visión de Madame Acarie respondía bien al deseo de los teólogos de ver a Dios manifestarse más claramente y esperar más habría sido una curiosidad culpable y una peligrosa poner a prueba la obra de Dios. Por otro lado, la situación político-religiosa parecía más favorable que en el verano de 1601. Las relaciones con España se habían en efecto mejorado desde enero de 1602 con la liberación en Madrid de los prisioneros franceses y el restablecimiento del comercio entre los dos países. Tomada la decisión, quedaba encontrar los medios. El ingenio de Madame Acarie fue grande en esta materia.

La fecha de esta segunda reunión no ha sido dada pero se sabe por una carta de Madame Acarie enviada el 19 de marzo de 1602 a Jacques Gallemant y a Jean de Brétigny para invitarlos a unirse al grupo, que la decisión de fundar ya había sido tomada en esta fecha sin haber tomado en cuenta a los dos eclesiásticos normandos. En este mensaje, se percibe la voluntad de Madame Acarie de facilitar el encuentro invitándolos a “ir a su casa para tener más facilidad de comunicarles el asunto de las Carmelitas, para que ellos puedan saber con libertad los sentimientos y descubrirles los suyos con más sinceridad, como personas que ella sabe que son llamadas por Dios para terminar con este asunto”.

Notemos que el grupo inicial se abrió también a un nuevo personaje que, tampoco asistió a las primeras reuniones decisivas : Francisco de Sales. El mismo precisa en una carta a Clemente VIII : “asistí a casi todas las reuniones que se han tenido sobre este caso”. Es difícil saber cuando y cómo el coadjutor del obispo de Ginebra fue introducido en el grupo. Estaba en París desde enero de 1602 para arreglar el asunto de las parroquias de Gex añadida al reino de Francia, después del tratado de Lyon, firmado en 1° de enero de 1601. Auroleado de su reciente misión en Chablais, el joven prelado tuvo numerosos contactos con los medios católicos Parisienses. Se hizo notar rápidamente por sus sermones y André Duval afirma que fue Dom Beaucousin que invitó “Monsieur de Sales obispo de Ginebra que predicaba por entonces en París con gran popularidad”.

Francisco de Sales da otra versión de los hechos, en una carta al Papa Clemente VIII en noviembre de 1602 : “Catherine de Orleáns, princesa de Longueville que, en ese tiempo, se proponía fundar en esta ciudad de París un monasterio de mujeres de la orden de las Carmelitas reformadas, me reunió con algunos teólogos excelentes en piedad y doctrina, para decirles mi opinión y juicio sobre el asunto”. Esta presentación de los hechos nos es quizás del todo diplomática para dejar comprender al Papa que esta fundación era querida por la Duquesa de Longueville, “princesa distinguida por la sangre ilustre que corría por sus venas; y más todavía, por su amor por Jesucristo a quien había elegido por Esposo”, y no por una simple Parisiense. No obstante, es muy probable que Francisco de Sales representaba realmente los intereses de la Duquesa de Longueville en sus reuniones. En calidad de obispo, es el personaje más importante del grupo y los otros miembros “lo escogieron por su Director y Padre espiritual : le descubrían hasta lo más escondido de sus conciencias, y descubrían una maravillosa suavidad en sus consejos y en su dirección”. La más asidua en esta dirección fue ciertamente Madame Acarie. Francisco de Sales escribió que “la confesó varias veces y casi ordinariamente durante seis meses”. Como se sabe que Francisco de Sales dejó París al principio de septiembre 1602, ya que está en Lyon el 19 de septiembre, se puede suponer que se unió al grupo en marzo de 1602.

La Duquesa de Longueville

En la carta del 19 de marzo de 1602 a J. Gallemant y J. de Brétigny, Madame Acarie “les advierte que la Señorita de Longueville será Fundadora”. Parece pues que tan pronto como contactó a Catherine de Orleáns ella haya deseado tener el consejo de Francisco de Sales sobre la seriedad y probabilidad de hacer el proyecto antes de emprender cualquier asunto, fuera el que fuera, ante el Rey y ante Roma. Esta entrada en escena de la Duquesa de Longueville y de Francisco de Sales es determinante en la fundación del Carmelo en Francia. Los biógrafos de Madame Acarie cuentan cómo ella logró interesar a la Duquesa de Longueville en su proyecto de fundación. André Duval sitúa este encuentro después de la segunda aparición de Teresa de Ávila y presenta el asunto como milagroso : “Hacía falta todavía que el Monasterio fuera fundado por alguna persona de calidad, a lo cual Dios quiso proveer de una manera especial y milagrosa”. El cuenta cómo Madame Acarie fue a esperar a la Duquesa de Longueville al salir de una iglesia para obtener dinero en el ambiente de sus actividades de caridad; Marie Tudet, viuda de Jean Séguier se hizo en seguida Carmelita, precisó en diciembre de 1630 que este encuentro tuvo lugar en la puerta de la Iglesia de San German l’Auxerois que era la iglesia del Palacio de Louvre. Madame Acarie, como ella cuenta, gozaba entonces de una palabra interior que la iluminaba sobre el papel de la Duquesa de Longueville : “En este intervalo una voz del cielo le dijo al corazón, cuídate de no hablar a la Duquesa de Longueville de la necesidad de los pobres por los que has venido, más bien háblale de la fundación del Monasterio; es ella a la que escogí para ser la fundadora”. Madame Acarie obedeció a su inspiración y la Duquesa aceptó en ese momento : el establecimiento del Carmelo.

El recurso a la Duquesa de Longueville era muy astuto. En efecto, Catherine de Orleáns era una persona importante en la Corte. Por su madre, María de Bourbon-Saint-Pol (1539-1601), era prima de Enrique IV. Católica ferviente, era una de las cercanas de María de Médicis que le encargó, a mediados de febrero 1602, de buscar en el último instante un predicador para la Cuaresma pues el que estaba nombrado tuvo un inesperado impedimento. La elección de Catherine de Orleáns fue Monseñor Francisco de Sales que acababa de conocer.

Los sermones de Cuaresma a la Reina y a la Corte en el Louvre dieron lugar a ruidosas conversiones de protestantes al catolicismo e hicieron famoso al predicador. Le pidieron también que predicara también al Rey.

Con toda naturalidad, la Duquesa de Longueville pensó en él cuando buscó ayuda para que una persona de confianza le aclarara sobre la petición que le había hecho Madame Acarie, al final de febrero o principio de marzo, acerca del Carmelo.
Esta colaboración entre la Duquesa de Longueville y el círculo Acarie es sumamente sorprendente : solo algunos años después de las guerras de Religión, había reunido, en efecto, a antiguos militantes de la Liga y una de las más célebres víctimas de la Liga. En efecto, hermana de Enrique I° (1568-1595), duque de Longueville y gobernador de Picardía fue fiel a su primo el Rey, Catherine de Orleáns fue detenida como prisionera en Amiens con su madre, su cuñada y otros miembros de su familia. Su detención fue muy dura, si se le cree a un escrito del duque de Nevers. Duró más de tres años, hasta su liberación, el 21 de enero de 1592, no obstante que Enrique de Lorraine-Vaudémont (1570-1601), conde de Chaligny y hermano de la reina Luisa de Lorraine, cayó prisionero en la batalla de Aumale. Catherine de Orleáns, como su hermana Margarita, había renunciado al matrimonio para consagrarse a la piedad y obras de caridad. Fue en este último actuar que al principio del año 1601 Madame Acarie se relacionó con la Duquesa de manera, al parecer, bastante habitual.

La realización del proyecto

Francisco de Sales se unió pues al grupo después que la decisión de fundar había sido tomada. Las reuniones del grupo de discernimiento se van a multiplicar en los meses siguientes para encontrar los medios de lograr el fin del asunto, lo que no era fácil. Francisco de Sales lo confirma en una carta a Clemente VIII : “Nos juntamos para esto durante varios días”. Uno de sus biógrafos C.A. de Sales precisa el ritmo y el lugar de las reuniones : él “tenia por entonces santas reuniones en la casa del señor Acarie, junto con Marie Avrillot, su esposa […] cada dos o tres días”. Esas reuniones duraron al menos hasta la firma de las cartas patentes en julio de 1602 y ciertamente después.

Respecto a las reuniones del verano 1601, las de primavera y verano 1602 gozaban, lo hemos visto, de un clima internacional menos pesado. Las relaciones con España, que se estaban mejorado desde enero 1602, no eran por tanto menos tensas. El asunto de la embajada no fue por entonces arreglado que con la llegada a París de los prisioneros franceses, liberados por el Rey de España y entregados al Rey de Francia por intermedio del Papa, el 18 de julio de 1602, el mismo día de la firma de las cartas patentes del Rey. Sin embargo este asunto había estado durante un tiempo eclipsado de un modo más serio, por el asunto del complot del capitán Biron quien fue arrestado el 14 de junio por traición y complot de España y Savoya, y decapitado el 31 de julio. Algunos intentaron por entonces, pero en vano, de comprometer un miembro del ducado de Savoya bien visto en París, Francisco de Sales.

Parece que Francisco de Sales y con él la Duquesa de Longueville, tuvieron muy pronto la certeza de que el proyecto era de Dios y era realizable. No obstante, los temas de discusión no faltaron, particularmente sobre la organización interna de la futura fundación y sus relaciones con las carmelitas y los carmelitas españoles. El fracaso de la última tentativa de J. Gallemant y de J. de Brétigny permiten comprender los elementos decisivos que permitieron a Madame Acarie y a sus amigos llegar al final. Para la Historia General del Carmelo de Pantoise, una de las razones del fracaso de los eclesiásticos normandos fue la imposibilidad de esperar al Rey, del que dependía en definitiva la fundación : “a causa de las guerras, nadie osaba hablarle al Rey”. La Fundación de las Carmelitas reformadas precisa aun que no le fue posible a Brétigny y a sus amigos entrar al Consejo de Estado para obtener las Cartas Patentes. Sobre estos dos puntos, Madame Acarie disponía de medios para triunfar.
El obtener la firma de las Cartas Patentes que autorizaran la fundación del primer Carmelo en el Reino de Francia fue un asunto de Catherine de Longueville, que no tuvo a mal acercarse a Enrique IV, su primo. El podía tenerle confianza en asuntos religiosos ya que él podía razonablemente pensar que ella no alimentaba por detrás pensamientos políticos en ese asunto. El resistió no obstante un poco, ese 18 de julio de 1602; Según el padre Duval, el rey

“no accedió de pronto a la venida de Madres de España, como si Francia, decía él, estuviera desprovista de religiosas para dar comienzo a esa obra. Pero la Duquesa presentó a Su Majestad que entre unas pobres religiosas que vivían en clausura muy estricta, no había ninguna perteneciente a esta reforma en Francia, que era necesario hacerlas venir de España, él lo concedió y mandó la necesaria respuesta a las suplicas”.

Las dificultades previstas por el círculo Acarie no eran pues imaginarias y el parentesco de la Duquesa de Longueville fue muy útil en esta ocasión. Es todavía por el nombre y la fama de esta Duquesa que el círculo Acarie se sirvió para obtener de Roma la bula de fundación. Denis Santeuil, que fue para arreglar este asunto a Roma fue enviado para llevar al Papa una suplica redactada por la Duquesa de Longueville y una carta del Rey, con fecha del 23 de octubre de 1602 y que comenzaba así : “Nuestra prima la señorita de Longueville teniendo el deseo de establecer en nuestra ciudad de Paris una comunidad de jóvenes, y viudas de la Orden de Nuestra Señora de los Carmelitas reformados que rogarán a Dios por el bien y el progreso de los asuntos de la Republica cristiana y la conservación de la paz entre sus Príncipes”. Francisco de Sales, regresando a su diócesis, Santeuil se detuvo en su casa y él le entregó una carta personal para el Soberano Pontífice que recuerda la manera en que la Duquesa de Longueville le había personalmente comprometido en esta aventura. Es entonces que la Duquesa de Longueville obtuvo, en octubre 1602, el edificio del primer Carmelo interviniendo dos veces ante el Cardenal de Joyeuse, por entonces abad de Marmoutier, de quien dependía el convento de Notre Dame des Champs del cual cedió los derechos. El 29 de abril de 1603, si la primera piedra del nuevo monasterio fue puesta por la Duquesa de Nemours en nombre de María de Médicis, primera fundadora, la segunda fue puesta por Catherine y Margarita de Longueville y son ellas –como fundadoras- que depositaron, en cada etapa, las cantidades de dinero necesarias. Cuando, el 13 de noviembre 1603, Clemente VIII proclamó la bula de erección de la Orden de Carmelitas en Francia, el texto estaba redactado como una respuesta a la suplica de la Duquesa de Longueville. Es todavía el nombre y el prestigio de la Duquesa de Longueville que fueron puestos como recompensa en España cuando Bérulle negoció con los Carmelitas españoles a partir de febrero de 1604. En fin, las primeras Carmelitas españolas conducidas por Jean de Brétigny, llegaron a la capital francesa el 15 de octubre de 1604 fueron acogidas juntamente por la Duquesa de Longueville, acompañada de su hermana, y por Madame Acarie, rodeada de sus hijas.

Ese empeño de poner por adelante en las negociaciones una princesa con los poderes reales y pontificios es conforme a las costumbres del s. XVII. Madame Acarie no hubiera podido llegar sola a este fin. Según el padre Manrique, Anna de Jesús de Lobera, una de las primeras carmelitas de España, preguntó por otra parte, un día a Madame Acarie, cándidamente o quizás con una sonrisa cómplice, “¿cómo una sola mujer particular había tenido tanto crédito en Roma, en España, y en Francia y de dónde tomaba el dinero que se había gastado en viajes, construcciones y en impuestos?”.

Una alianza fecunda

La fundación del Carmelo francés aparece como una aventura colectiva que reposa sobre numerosas alianzas entrelazadas entre los grupos de las personas las más diferentes. El centro, compuesto por Madame Acarie, Pierre de Bérulle, Dom Beaucousin y André Duval, supo ensancharse, gracias, según parece, al tacto de Madame Acarie, empezando por los sacerdotes normandos que podían considerarse como los primeros portadores del proyecto, Jean de Brétigny y Jacques Gallemant, después la Duquesa de Longueville y Francisco de Sales, que tenían las llaves permitiendo abrir las puertas del Louvre y del Vaticano. Para permitir el éxito del proyecto, Madame Acarie había elegido permanecer en segundo plano y su nombre no aparece por ninguna parte en los documentos oficiales de la fundación. El título mismo de fundadora no le correspondía de oficio. Sin embargo, el Papa Pío VI se lo reconoce, el 24 de mayo de 1791, en el Breve de beatificación de la “Sierva de Dios María de la Encarnación, conversa y fundadora en Francia de la Orden de Religiosas de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, llamadas descalzas”.

Esta plática es un extracto de la larga conferencia (37p), publicada bajo el titulo : “Madame Acarie lee Teresa de Ávila al siguiente día del Edicto de Nantes” en “Los Carmelitas y las Carmelitas en Francia, desde el siglo XVII hasta nuestros días”.
Actas del Coloquio de Lyon (25-26 de septiembre 1997). Recogidas por Bernard Hours, en las Ediciones Du Cerf, París 2001.